Un articulo de Pablo Gabe *
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Cuando uno, por un lapso de tiempo, se aleja del lugar de su residencia, dimensiona lo que sucede en su país, de una manera diferente. No solo lo que sucede, sino también la sorpresiva coincidencia de las fechas y los sucesos que allí ocurren. Comencemos por la fecha.
Estamos a una semana de Pesaj, una de las celebraciones más significativas de la tradición judía. En primer lugar, es la festividad en la cual, según muchos de los pensadores judíos, se da el nacimiento del pueblo de Israel. Desde la pobreza, desde la esclavitud, un líder surge y toma las riendas de esa misión: salir al desierto a adorar a nuestro D’s. Nótese que no querían escaparse, sino simplemente tener la libertad de rendirle culto a D’s, de la forma en la que ellos querían, en el desierto, en libertad. La salida a la libertad en sí, para siempre, puede ser pensada como la reacción ante la permanente negación por parte del faraón, de salir al desierto a adorar a D’s. Una suerte de decirle: “¿No nos dejas salir simplemente para rezar? Entonces nos vamos para siempre”. Así es que nace la salida a la libertad, a la libertad para siempre, para la posteridad.
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Cuando uno, por un lapso de tiempo, se aleja del lugar de su residencia, dimensiona lo que sucede en su país, de una manera diferente. No solo lo que sucede, sino también la sorpresiva coincidencia de las fechas y los sucesos que allí ocurren. Comencemos por la fecha.
Estamos a una semana de Pesaj, una de las celebraciones más significativas de la tradición judía. En primer lugar, es la festividad en la cual, según muchos de los pensadores judíos, se da el nacimiento del pueblo de Israel. Desde la pobreza, desde la esclavitud, un líder surge y toma las riendas de esa misión: salir al desierto a adorar a nuestro D’s. Nótese que no querían escaparse, sino simplemente tener la libertad de rendirle culto a D’s, de la forma en la que ellos querían, en el desierto, en libertad. La salida a la libertad en sí, para siempre, puede ser pensada como la reacción ante la permanente negación por parte del faraón, de salir al desierto a adorar a D’s. Una suerte de decirle: “¿No nos dejas salir simplemente para rezar? Entonces nos vamos para siempre”. Así es que nace la salida a la libertad, a la libertad para siempre, para la posteridad.
Una vez en el desierto, el pueblo sufrió, se vio enfrentado a la terrible sensación de construir su propio destino. Ya no estaba el faraón que les decía qué deben hacer y qué tienen prohibido llevar a cabo. No tenían el látigo que golpeaba sus espaldas y que torturaba sus acciones y sus pensamientos, día y noche. No estaban obligados a construir ciudades, como lo solían hacer durante su estadía en tierras que no eran las de ellos. La construcción que se iniciaba con la salida de Egipto, tenía que ver con la construcción de otro edificio. El Mishkán, esa suerte de tabernáculo transportable, que los acompañaba en toda su travesía. En ese Mishkán pudieron llevar a cabo lo que el faraón no les permitía: Adorar a D’s. En otras palabras, ser ellos mismos y actuar consecuentemente a ello.
Pero el Mishkán no fue la única construcción de esos tiempos. La libertad, algo mucho más abstracto, pero esencial, era el objetivo. Haber salido de la esclavitud, no era sino para lograr la independencia. Y al mismo tiempo, el derecho a la autodeterminación, como un pueblo libre, soberano y poseedor del derecho propio. Sucedió que cuando el pueblo esperaba ansioso la llegada de la Ley, al pie del monte Sinaí, se vio perdido. Necesitaban algo que los ordenara, algo a quien adorar. Y eso fue el becerro de oro. La desesperación de un pueblo que no soportó la libertad, y prefirió volver al pasado “seguro”, donde las cosas eran de una manera y punto. No había preguntas, no había incertidumbres, no había duda. Era así, y punto.
Pero la tradición judía no sostiene eso. Todo lo contrario. Es D’s quien da la orden, pero es el hombre quien tiene la obligación de interpretar y de sacar sus conclusiones. Y así continuar la cadena interpretativa, en todos lo tiempos, en todo lugar. Es decir, somos nosotros los arquitectos tanto de los becerros, como de los santuarios. En el caso del pueblo de Israel, un pueblo que recién nacía, necesitó pedir que vuelva aquel becerro, aquel faraón.
Pero la tradición judía no sostiene eso. Todo lo contrario. Es D’s quien da la orden, pero es el hombre quien tiene la obligación de interpretar y de sacar sus conclusiones. Y así continuar la cadena interpretativa, en todos lo tiempos, en todo lugar. Es decir, somos nosotros los arquitectos tanto de los becerros, como de los santuarios. En el caso del pueblo de Israel, un pueblo que recién nacía, necesitó pedir que vuelva aquel becerro, aquel faraón.
Pasaron muchos años en la historia, según el Tanaj, en donde podemos ver que el pueblo de Israel afianzó su ideal monoteísta, sin recurrir al pasado oscuro de los becerros. Muchas fueron las pruebas que el pueblo debió transitar para poder afianzar su íntima relación con un D’s sin forma ni imagen, dejando atrás el pasado que permanentemente lo perseguía. Y aún así siempre se mantuvo, se mantiene todavía, la permanente lucha contra los ídolos, que parecen ser la solución, pero que al final, son peores. Y finalmente, somos nosotros, año tras año, los que recordamos esta salida de Egipto, esta llegada de la libertad, en nuestra festividad de Pesaj.
Pero este año es especial. Decía antes que ocurren situaciones que, asombrosamente, hacen coincidir celebraciones y acontecimientos en nuestro calendario, con episodios que ocurren en nuestro diario vivir. Y también mencionaba al comienzo de esta nota, que estando uno lejos de su país, trata de mantenerse al día con todos los medios de prensa y comunicación, que los tiempos modernos nos proporcionan.
Hoy, 1 de abril de 2009, amanecí leyendo, como todas las mañanas a través de Internet, diferentes medios de prensa. Pero fue por un E-mail que me había llegado, que me enteré de la noticia: el 31 de marzo de 2009, a los 82 años de edad, había fallecido el ex-presidente de la nación, Raúl Ricardo Alfonsín.
Para nosotros, como argentinos, Alfonsín es el primer presidente electo por el pueblo, después de siete años oscuros de dictadura militar. Dictadura que, por cierto, se ensañó con los judíos, por el simple hecho de serlos. Es el primer presidente, después de muchas otras dictaduras, que le entregó el mando a otro presidente electo por el pueblo. Es el primer presidente que ordenó llevar a cabo una revisión absoluta de los hechos perpetuados por la dictadura. Hoy suena lógico, pero transportémonos a los primeros años de democracia, y a lo arriesgado que fue ese movimiento. Por eso, también fue conocido como ‘Nuremberg argentino’. Como argentinos, nos demostró que se puede vivir en democracia. Incluso en desacuerdo, pero dentro de la democracia. Con aciertos y errores, como todos.
Momento Historico. Ernesto Sabato le entrega a Raul Alfonsin
el informe de la Conadep. Ocurrio el 20 de setiembre de 1984.
Para nosotros, como judíos, tenemos con Alfonsín algo muy especial: nuestro maestro Marshall T. Meyer lo apreciaba mucho. Marshall fue el único miembro extranjero de la CONADEP. Marshall veía en Alfonsín “un ser noble, democrático, una luz de esperanza para América Latina”. Podemos ver estas palabras en uno de los numerosos artículos publicados por Marshall, durante su brillante carrera en la Argentina. Específicamente en el cual habla sobre nuestro ex presidente, recomiendo su lectura. Se llama: “Consideraciones sobre America Latina”. Se encuentra en la Revista Majshavot, editada por el Seminario Rabínico Latinoamericano, en el año 1987, número “Enero-Marzo”. Así es que puede ser encontrada en la biblioteca.
No solo esto. Alfonsín visitó la comunidad Bet-El. No tengo duda alguna que Marshall, de estar vivo ahora, lo hubiese acompañado hasta el final de sus días, cumpliendo con la Mitzvá de Bikur Jolim (Visitar a los enfermos). Podemos, en realidad debemos, preguntar a muchos de nuestros rabinos: Darío Feiguin, Felipe Yafe, Baruj Plavnick, y Dany Goldman, entre otros, para que nos cuenten cuál era la relación entre Marshall y Alfonsín.
Como argentinos el día de hoy, y supongo en el transcurso de las semanas, tendremos la posibilidad de reflexionar acerca de su legado: la democracia. Los medios de prensa seguramente, publicarán de su vida, como nunca lo han hecho. Como judíos, debemos preguntarnos en este Pesaj acerca de la libertad, de haber salido de Egipto y llegado a recibir la Torá, nuestra Torá. Como judíos argentinos, no solo en esta semana de duelo, y al mismo tiempo de preparación para la celebración de Pesaj, nos vemos representados por esta mezcla de dolor y celebración. Para quienes, en su momento, lo votaron y para los que no lo hicieron. Para los que éramos muy chicos para votar, incluso para entender el valor de la palabra democracia. Para los que nacieron ya después de esos tiempos oscuros. Y para los que vendrán, nos merecemos una reflexión. Algunas palabras, algunos silencios. Saber que aprendimos a vivir en democracia, en libertad, en igualdad. Hubieron problemas, hubieron seguramente errores. Pero la democracia y la libertad, son construcciones que se hacen de a poco. Es probable que, a sus ojos, era necesario edificar en un primer momento, las bases para la construcción de las libertades individuales, que habían sido destruidas por las diferentes dictaduras que se sucedieron en el país. Y una vez terminada esa base del edificio, se debería haber continuado con lo demás. Como dijo José Pablo Feinmann: “…democracia que algún día se hará, una democracia con contenidos sociales, con contenidos humanitarios, con derechos humanos, formalmente incluye la exigencia de pensar que algo de la verdad está en el otro… ese es el valor mas alto de la democracia, y por eso la democracia permanece desde los griegos hasta nosotros”.
Alfonsín no llegó a construir esa democracia. Pero empezó por el comienzo, por el principio. Seguramente para él, este fue el orden de los factores. Y así, somos nosotros, los que continuamos con vida, los responsables de llegar a esa democracia, a la democracia social, a la democracia que más se asemeja a la libertad que celebramos, año tras año en Pesaj. La festividad de la libertad que marca, para muchos, el comienzo de nuestra vida como pueblo. Es decir, la posibilidad de narrar, nuestra propia versión de la historia.
----------------------------------------------------------------------------------(*) Pablo Gabe es Licenciado en Sociología (U.B.A.). Se desempena como seminarista en la Comunidad Amijai, en Buenos Aires. En el momento de redacción de esta nota, se encuentra en Ierushalaim finalizando sus estudios rabínicos en el Instituto Schechter.
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